Peñuelas

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Personajes de Láchar-Peñuelas

escrito por Alejandro Soldado Arco


1.- Al-Háyari  Bejarano (morisco, escritor y viajero, nacido en Láchar entre 1569-1570)

2.- Julio Quesada-Cañaveral y Piédrola Osorio Spínola y Blake, conde de Benalúa y las Villas, señor de Láchar y Duque de San Pedro de Galatino" (Granada, 1858 – id., 1936)




moriscos en Granada hacia 1564, grabado de Joris Hoefnagel

1.- Al-Háyari  Bejarano (morisco, escritor y viajero, nacido en Láchar entre 1569-1570)

Al-Háyari Bejarano es el más notable y conocido emigrante morisco a Marruecos, polígrafo, bilingüe y traductor, embajador y viajero, es Al-Háyari Bejarano.

El nombre completo árabe de este autor es el de Abu-l-Abbás Ahmad Ibn-Cásim Ibn-Ahmad Ibn-Cásim Ibn-Ax-Xaij Al-Háyari Al-Andálusi Afucái, titulado Xihab-ad-Din («Estrella Fulgurante de la Religión»). Por sus textos en castellano sabemos su apellido español pero no su nombre cristiano: se llamaba Bejarano o natural de Béjar (actual [158]provincia de Salamanca), de donde quizás provendría su familia, aunque es más probable que adoptaran este apellido castellano para disimular su origen «cristiano nuevo», en Granada, o tras la dispersión de los granadinos en 1570. Por su apellido de origen, Al-Háyari se sabe que era originario de Láchar , pueblecito a 20 kilómetros al oeste de Granada, aunque no se puede asegurar que él haya nacido y vivido allí, después de la general expulsión de los moriscos del Reino de Granada, tras la rebelión de Las Alpujarras de 1570. Se ha calculado que debió nacer hacia 1569-1570.

De hecho, su primera actividad conocida en España, según sus propios escritos, fue intervenir en Granada, en 1597, en la traducción de los manuscritos de la Torre Turpiana y los libros plúmbeos del Sacromonte, falsos documentos árabes que se auto-remontan al primer siglo del cristianismo. El origen de esta famosa superchería era evidentemente morisco, muy probablemente por los traductores granadinos Miguel de Luna y Alonso del Castillo. Bejarano no figura entre los traductores por ahora conocidos, aunque él afirma del manuscrito de la Torre Turpiana:

El dicho manuscrito lo tuve entre mis manos por mandato del arzobispo de la ciudad de Granada, hasta que lo interpreté [lo traduje] en veinte días, según el manuscrito en castellano conservado en la Biblioteca Universitaria de Bolonia y estudiado por Juan Penella en su tesis doctoral.

Se sabe que, a pesar de que llevaba la cosa en gran secreto, el arzobispo Pedro de Castro estaba precisamente por esas fechas buscan do por todas partes traductores del árabe. No es, pues, imposible que haya hecho pruebas con Bejarano, morisco culto, que tendría por entonces unos 28 años. Éste había tenido que mentir para justificar su conocimiento del árabe, diciendo que lo había aprendido en Madrid, de un médico ya fallecido, que era de Valencia, región donde los moriscos estaban generalmente autorizados a leer textos árabes, sobre todo si no eran de tema religioso, como los medicinales.

Después de su labor con los apócrifos granadinos (junto con Miguel de Luna, Alonso del Castillo y su sobrino Alonso del Castillo, cuyos nombres árabes da: Al-Yabbis, Al-Ukáihal y Muhámmad Abilasi), recibió trescientos reales y la autorización para traducir del árabe como romanceador.

Hacia 1599 se marcha a Sevilla y, consiguiendo eludir las órdenes que prohibían a los moriscos expatriarse, se embarca en Puerto de Santa María hacia la plaza portuguesa de Al-Buraicha (en portugués Mazagán, hoy Al-Jadida, a unos 100 kilómetros al sur de Casablanca), donde conseguirá pasar a territorio musulmán.

Aunque redactado a posteriori, es significativo este párrafo suyo sobre la acogida de los marroquíes a los moriscos, al menos en los años que precedieron a la gran expulsión:

Cuando llegamos a Bukkala [mercado rural junto a Azimmur]... los musulmanes vinieron a preguntar al criado del alcalde de Azimmur que me acompañaba si yo era musulmán, y él les dijo que sí [a pesar de la indumentaria hispánica]. Entonces me rodearon por todas partes gritando:

«¡Haz la profesión de fe!»

Yo callaba, pero ellos insistieron tanto que por fin dije: «Confieso que no hay más Dios que Allah, el Solo y el Único, y confieso que Mahoma es Su Siervo y Su Enviado».

Ellos entonces dijeron:

«¡Por Dios! que lo ha pronunciado mejor que nosotros».

Entonces fueron a buscar dátiles y otros productos que se vendían en el mercado y me los trajeron con algunas monedas de plata. Yo les dije que no quería nada de todo ello.

Cuando volví [a Azimmur] el alcaide me preguntó:

«¿Qué te ha parecido?»

Yo le contesté entonces:

«Doy gracias a Dios por no haber encontrado ningún enemigo entre estas gentes. En países cristianos no encontrábamos en los mercados más que enemigos y no podíamos absolutamente hacer pública profesión de fe. Ahora en cambio los musulmanes me han exhortado a hacerla y, al oírmela, se han alegrado todos. Por eso comparo el temor que teníamos entre los cristianos y las penas del camino con las cosas terribles que sucederán en el Día del juicio, y nuestra llega da entre los musulmanes a la entrada en el Paraíso».

Este texto autobiográfico de Ahmad Al-Háyari Bejarano ha sido editado y traducido por Clelia Sarnelli y por Muhammad Razuq. Muestra por una parte el aspecto hispánico que tenían los moriscos en  el Magreb y cómo se apresuraban a manifestar sus sentimientos religiosos islámicos y los padecimientos de que habían sido víctimas en España, para hacerse aceptar mejor en la sociedad musulmana magrebí, en un proceso de asimilación en lo fundamental, aun conservando tradiciones de origen hispánico. El texto muestra por otra parte los sentimientos de solidaridad de los modestos agricultores del mercado rural, sentimientos basados en la fraternidad islámica con los perseguidos moriscos. La nota lingüística sobre la buena pronunciación árabe del andalusí es autoalabanza de letrado pero también un hecho que no era nada extraño en un ambiente seguramente beréberhablante del mercado rural del sur marroquí.

Estos pensamientos, que expresaron también en Túnez algunos escritores moriscos expulsados, forman parte de la visión general de los musulmanes expulsos sobre su antigua situación en España, sobre su viaje a tierras musulmanas y sobre su inserción en esos países. Muchos consideraban la expulsión como una ganancia, a pesar de todas las dificultades, o al menos tenían interés en manifestarlo, en su nueva patria. En el caso de Ahmad Al-Háyari Bejarano, no hay ninguna razón para dudar de su sinceridad, ya que no había sido expulsado de España y había pasado libremente a Marruecos, mucho antes de la expulsión.

El 4 de julio de 1599 (o más probablemente el 14 de julio de 1598, según el texto en castellano), Al-Háyari Bejarano vio por primera vez al sultán Ahmad Al-Mansur, que tenía su campamento a poca distancia de Azimmur, y participó con gran boato en un desfile con ocasión de la Fiesta del Sacrificio.

Poco después, en el verano de ese año, Al-Háyari Bejarano llegó a Marrakech. Cuando el sultán volvió de su campamento, le concedió audiencia y elogió su conocimiento del árabe. Es significativo que el morisco escriba: «Igualmente se alegraron todos los andalusíes que se encontraban desde hacía tiempo en el país».

Quedó como traductor en la corte, durante unos doce años, hasta los años de la gran expulsión de 1609-1614. Al parecer, se casó con la hija del jefe de la comunidad de andalusíes de la capital marroquí.

En 1612, fue encargado de acompañar a Francia a unos moriscos que habían sido robados en cuatro barcos franceses que les habían transportado desde España. Tenían que presentar sus reclamaciones, llamados para ello por otro andalusí residente en Francia. El sultán le dio una carta para el «cadí de los andalusíes», es decir, el jefe de la  colonia andalusí, y otra para el juez supremo de Burdeos. Se embarcó en Asfi (actualmente Safi), puerto de Marrakech y principal puerto marroquí de la época (a unos 250 kilómetros al sur de Casablanca).

En Francia, desembarcan en Le Havre y se dirigen a París. Al-Háyari Bejarano viaja por varios sitios de Francia y se encuentra de nuevo en París el 13 de mayo de 1612, fiesta del Nacimiento del Profeta. Después de otros viajes por ese país, se embarca en Le Hayre para ir a Flandes, donde visitará Amsterdam, Leiden y La Haya. No conocemos bien los negocios que se traía en estos desplazamientos, pero sí nos informará, en sus obras autobiográficas en castellano y en árabe, que mantuvo muchísimas discusiones religiosas con cristianos y judíos, de las que sacará materia para sus libros anti-cristianos. También debió mantener una variada correspondencia, de la que conocemos al menos la referencia a una carta a los andalusíes de Istanbul. Esta epístola es una prueba más de esa solidaridad entre andalusíes, tanto a nivel inter- nacional como en la propia sociedad marroquí.

Al-Háyari Bejarano volverá finalmente a Marruecos, donde proseguirá como traductor al servicio de Maulái Zaidán y de sus dos hijos. A la muerte de Al-Walid Ibn-Zaidán, en 1635, tiene ya unos 65 años y se embarca en Salé para emprender piadosamente la Peregrinación a La Meca y la visita a la tumba del Profeta en Medina. Esta Peregrina ción es una obligación, que hay que hacer una vez en la vida, para todo piadoso musulmán que pueda hacerlo, pero se sabe que siempre suponía una devoción particular para los musulmanes de Occidente, especialmente para los ancianos y para los moriscos, que se veían en España impedidos de cumplir con este rito fundamental del Islam. Se sabe de mudéjares y moriscos que lo hicieron y qué importante proporción de moriscos refugiados en Túnez se apresuraron a cumplir con esa obligación en cuanto se vieron libres en países musulmanes y con medios suficientes para realizarlo.

De vuelta de la Peregrinación a Makka y a Medina, Al-Háyari Bejarano se para una temporada en Egipto, donde estaba hacia el 17 de marzo de 1637. Allí permaneció al menos hasta el 12 de septiembre, fecha en la que terminó su libro, el Kitab násir ad-din, que había redactado a petición del xaij o venerable anciano Axhuri, ilustre profesor de teología malikí de la mezquita-universidad de Al-Azhar, de El Cairo, para dejar por escrito toda la odisea o hégira suya y de sus «hermanos» andalusíes, como les llama. 

Este episodio egipcio del escritor morisco también es significativo del eco que entre los contemporáneos musulmanes de Oriente tenía la expulsión de los últimos musulmanes de Al-Andalus. Por la misma época y también en Egipto, el tlemcení Al-Máqqari escribía sus obras sobre la historia de los musulmanes de Al-Andalus, con la ya comentada página referente a su último exilio. Es muy posible que lo hiciera también a petición de piadosos y eruditos egipcios, como sucedió con Ahmad Al-Háyari Bejarano.

Al parecer, el teólogo egipcio estaba interesado por la argumenta ción de Al-Háyari en sus polémicas contra cristianos y judíos, porque se sabe que en esta materia de teología musulmana los moriscos después de la expulsión renovaron los temas tradicionales musulmanes de la polémica anti-cristiana.

Poco tiempo después, se traslada a Túnez, donde realiza una no table labor de escritor en ambas lenguas, árabe y castellana, y donde aún estaba el 25 de octubre de 1641, cuando termina una copia del ya mencionado libro en árabe, la copia que se encuentra actualmente en la Biblioteca Nacional de El Cairo.

En Túnez también, este experimentado traductor se pone al ser vicio de compatriotas suyos, poco duchos en la lengua árabe literaria. Para el marino y militar morisco Ibrahim Ibn-Ahmad Al-Marbás, natural de Nules o de Vélez (no es segura esta lectura de su nombre hispánico en escritura árabe: otros han leído El Barbas o Arribas), Al-Háyari traduce una obra que éste había preparado sobre las técnicas de artillería. Se trata de un curiosísimo texto, único en su género en árabe y que tuvo cierta difusión, para uso de los artilleros musulmanes, copiado y comentado también en Marruecos a finales del siglo XVII. Era el último servicio que aquel morisco quería hacer a sus correligionarios, al final de una larga carrera de marino de guerra, que le había llevado hasta América con los españoles, y después de la expulsión, por todas las costas del Mediterráneo, hasta sufrir siete años en las cárceles españolas, por haber sido apresado con su nave frente a Málaga. Al-Háyari Bejarano le traducirá al árabe su libro técnico (es muy probable que El Barbas se lo dictara en castellano, sin haber llegado a escribirlo en aquella lengua, como opina razonablemente Al-Mannuni).

Al-Háyari Bejarano añadió al libro un prólogo con la agitada biografía del capitán (raís o arráez) morisco de Túnez. La obra quedó acabada el 21 de agosto de 1638. Ha sido estudiada por Enan, James y Razuq.

También en Túnez hará una especie de biblioteca piadosa, esta vez en castellano, para el acaudalado morisco aragonés Muhámmad Rubio, natural de Villafeliche. Además de la traducción al castellano de la ya mencionada obra autobiográfica en árabe, traduce diversos textos piadosos: hazañas del Profeta y de sus compañeros, manuales sobre las obligaciones islámicas, rituales de oración, polémicas anti-cristianas, etc. Pagado por el mecenas morisco, escribió todos estos libros «para instrucción y consuelo de los de su nación», los andalusíes de Túnez que no sabían suficientemente el árabe.

En Marrakech también había traducido del latín al árabe, con la ayuda de un eclesiástico cristiano español ya que no conocía aquella lengua, un tratado de astronomía del judío Abraham Zacuto (nacido en Salamanca en 1450, muerto en Turquía después de 1510). Al Háyari Bejarano dio el título de Ar-risala az-zakutiyya a su traducción árabe de la obra, que había sido escrita en hebreo en 1472 y luego traducida al castellano y al latín. La traducción árabe tuvo mucha influencia en Marruecos, ya que, a pesar de que medía las cosas a partir del meridiano de Salamanca y no del de Marruecos, simplificaba muchísimo los cálculos astronómicos, que antes se hacían según el sistema del marroquí Ibn-Al-Banná, que quedó arrinconado. Esos cálculos astronómicos eran necesarios para fijar el calendario y el horario del ritual islámico.

Por mandato del sultán marroquí Mulái Zaidán había traducido al árabe el decreto de expulsión de los moriscos por Felipe III, texto que incluye en el libro Kitab násir ad-din. También por mandato del mismo soberano esbozó el proyecto de traducir un libro de geografía en francés de un autor que llama «El Capitán». ¿Sabía suficiente francés para traducirlo o esperaba encontrar un intermediario, como en el caso del eclesiástico español para el libro de Zacut?, se pregunta Razuq.

También se sabe que escribió una obra en árabe, la Rihlat Ax-Xihab ila liqá al-ahbab (Viaje de Ax-Xihab -otro de los nombres de este escritor- «para encontrarse con sus amigos»), autobiografía de sus viajes. Parece de tema parecido al mencionado Kitab násir ad-din, pero sólo se conservan de él algunos fragmentos citados por autores posteriores.  

Finalmente, parece muy probable que participó en la redacción final del apócrifo Evangelio de Bernabé, obra de moriscos en la línea de los textos granadinos que Bejarano afirma haber conocido directamente en Granada y visto más tarde en manos de otros moriscos exiliados.

Este notable representante de los moriscos cultos de la primera generación no es propiamente un escritor creador, pero sí un fluido escribiente bilingüe. Es una de las personalidades más ricas y significativas del exilio morisco en Marruecos, ejemplo de muchos rasgos comunes de los moriscos instalados en sus nuevas patrias musulmanas: en situación opresiva en España y con deseo de ir a vivir a un país musulmán; afrontando las dificultades del viaje y satisfecho por lograr instalarse en Marruecos; bien acogido por sus compatriotas andalusíes y por las autoridades sultaníes que le dan un trabajo acorde con sus capacidades y las necesidades del país; carácter de «puente» de muchas de sus actividades, entre el mundo europeo y el islámico; relaciones continuas con andalusíes de otros países; piedad religiosa e interés por temas religiosos y especialmente islamo-cristianos; doble cultura árabe y española; transferencia de conocimientos y técnicas europeas a los países árabes; etc.

(Extraído del libro: "Los moriscos antes y después de la expulsión" de Míkel de Epalza)

 

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2.- Julio Quesada-Cañaveral y Piédrola Osorio Spínola y Blake, conde de Benalúa y las Villas, señor de Láchar y Duque de San Pedro de Galatino" (Granada, 1858 – id., 1936)

Julio Quesada-Cañaveral y Piédrola Osorio Spínola y Blake, Señor de LácharJulio Quesada-Cañaveral y Piédrola Osorio-Spínola y Blake, Duque de San Pedro de Galatino, Cconde de Benalúa, Grande de España, Gran Cruz de Carlos III, Cruz Victoria de la Gran Bretaña y Maestrante de Granada y Señor de Láchar nació en Madrid el 30 de Octubre de 1857.
Hijo de Francisco Quesada Cañaveral Osorio, cuarto conde de Benalua y Elia Piédrola y Blake. Fue amigo de juegos del príncipe Alfonso, luego Alfonso XII, el duque de San Pedro de Galatino fue un personaje destacado no sólo de la Granada de su época, sino de la historia de España.
Marcha a estudiar a Paris en el colegio de la Compañía de Jesús tras la muerte de sus padres se traslada a Málaga y posteriormente a Madrid junto con su tío el Duque de Sesto, y durante su juventud, su gran amigo el Duque de Tamames y él fueron los árbitros de la elegancia madrileña en donde continúa sus estudios marchando al exilio durante la revolución de 1858 continuando en el colegio de los Estanislaos de París.
Hereda una sustanciosa cantidad de bienes tanto mobiliarios como rústicos e inmobiliarios repartidos por Lachar, Baeza, Cuenca, Benalua y Granada.
Vivió entre el Carmen de Benalúa de las Vistillas (Colegio de Santo Domingo)en Granada y su castillo alhambreño de Láchar, donde además de cazar recibía a ilustres visitantes como los mismísimos reyes Alfonso XII y XIII.
Muy emprendedor, durante los años de prosperidad de Argentina trabajó allí, rehizo su capital y a su regreso a España lo invirtió muy útilmente, creando una fábrica de azúcar en Lachar.
Monumento dedicado a D. Julio Quesada-Cañaveral y Piédrola Osorio Spínola y Blake, Señor de LácharEl duque de San Pedro de Galatino tiene un monumento de homenaje en los Jardines del Salón de Granada, mirando a Sierra Nevada, en agradecimiento de la ciudad a las iniciativas de futuro que abordó en su época. Este monumento se lo levantó el Centro Artístico en 1923; aquél en cuyo pie queda grabado su deseo: "Fue mi anhelo abrir un camino a Sierra Nevada para disfrute de los granadinos".
El Duque de San Pedro de Galatino construyó (1910) el hotel Alhambra Palace en Granada -primer hotel de lujo en Granada al nivel del Ritz madrileño- así como la carretera a Sierra Nevada -que culminó el ingeniero Santa Cruz- y un hotel en la cumbre (Hotel del Duque). En los ratos libres a don Julio se le ocurrió explotar las minas de serpentina del Barranco de San Juan.
Construyó también la primera central hidroeléctrica de Granada, le debemos el surgimiento de la industria azucarera en Granada que tantos beneficios económicos trajo consigo poniendo a Granada de nuevo en la cabeza de las ciudades españolas, agrandando su burguesía, experimentando un boom demográfico sin igual en años, aumentando el patrimonio de la cuidad con numerosos edificios civiles, neo barrocos, modernistas, (edificios tipo París en la esquina Gran Vía – Reyes Católicos), etc., etc.
Publicó un libro de memorias, cuyo anunciado segundo tomo no llegó a ver la luz. En ese libro(*) dejó escritas unas memorias de juventud que fueron publicadas en 1924 con el título “Memorias del Conde de Benalúa, Duque de San Pedro de Galatino. La Restauración (1867-1875), tomo I, Prólogo de mis memorias”. En él ofrece un testimonio directo y único de los trabajos y conspiraciones que dieron origen a la Restauración, y se erige en material de primer orden para conocer este periodo tan significativo de la historia de España.
Recientemente ha sido reeditado por la Universidad de Granada en edición facsímil conteniendo, además un estudio preliminar y notas del profesor de la UGR Manuel Titos Martínez, quien afirma que éste “es un libro que ha sido utilizado por los historiadores que han tratado la historia de la preparación de la Restauración, aunque no siempre con la importancia que la profusión de información que su contenido merece.”

Estaba casado con doña Fernanda Salabert y Arteaga, Marquesa de Valdeolmos.
Desempeña papeles de Senador y Diputado en diversas legislaturas presentándose por Zaragoza, Granada y Huelva.
En Granada, puso en marcha o marcó las directrices para la creación de vías de comunicación y edificios para lo que intuyó podía ser el futuro de la ciudad, el turismo.
En Granada, una calle de unos cien metros al principio de la Avenida de Dílar, así como la Plaza del Duque, al inicio de la carretera de la Sierra. En Láchar una calle y el reciente polígono industrial le recuerdan con su nombre. Y el reciente nombramiento de Hijo Adoptivo de Granada (30-10-2007) con motivo del 150 aniversario de su nacimiento le hacen más justicia.
Fue enterrado en la Catedral de Granada, en la cripta destinada a los arzobispos y canónigos, -en cuyo altar está su retrato- ya que era canónigo honorario de dicha Iglesia.

(*)NOTA:Si está usted interesado en adquirir este libro, pógase en contacto con esta web y le será facilitado integramente en pdf.